El viaje termina en el mismo punto donde empezó: Madrid.
Hoy mido 4 metros, y es que cada experiencia pasada va engordando un poco por ahí dentro. He sido feliz y he visto maravillas. Fui millonario en el lugar de los paupérrimos y pobre donde los ricos. Un periplo por la lejanía del mundo, que es realmente ancho y lleno de rincones, pero también hacia el interior de uno mismo, imprescindible para conocerse en profundidad. Y, sobretodo, fui libre y disfruté de lo que ello conlleva, que es todo bueno, caminando allá donde quería, acercándome a quien quería, disfrutando de lo que quería, sin prisas.
Estoy contentísimo de regresar cargado de energía, sensibilidad, sentido humano y una observación e intuición más desarrolladas, ya útiles para el resto de la vida y espero que difíciles de degradar.
De la mirada penetrante del Buda mismo a los ojos vacíos y sin vida de un australiano.
De la grandiosidad del Everest a la humildad de un habitante local de Indonesia.
De las llanuras de Mongolia a las palmeras del paraíso.
De los las frías funcionarias rusas al recibimiento thai, ¡que es guay!
De la lejanía de los Moais a la cercanía de mis valiosos compañeros y amigos de aventuras.
De las duras cremaciones hindues en el río al torrente infinito de Iguazú.
De los sermones indios a los incansables trabajadores chinos.
Del crudo aire del Himalaya a las profundidades coralinas.
¡Qué rico está el mango!
Y más cosas que me vienen a la cabeza y no escribo.
Una aventura demasiado grande como para ser contada y, al mismo tiempo, demasiado grande como para no ser contada. Alguna solución intermedia se me ocurrirá.
Insistiendo una vez más, animo a todo aquel que tenga salud y un mínimo de curiosidad a que realice un viaje alguna vez, siendo muy aconsejable realizarlo en solitario y durante un tiempo prolongado para poder llegar a una evolución aceptable en la manera de viajar.
Probadlo sin miedo a lo desconocido, no os decepcionará.