13 de enero de 2008

Llegada a Australia

¡Cómo puede hacer tanto calor! ¡Cómo puede hacer tanta humedad! Bajar del avión y derretirse en mi mano la cartulina para el control policial fue todo uno.


Aterricé en Darwin, pero sólo para tomar otro avión hacia el centro de Australia. Empieza la fiesta, empieza el control de aduana. Hasta ahora en ningún país se tomaban demasiado en serio aquello de declarar los objetos, pero aquí sí, y mucho. No recuerdo las veces que me pidieron dicha cartulina, donde había que declarar absolutamente todo, cualquier comida e incluso las botas, sin arena ni barro, por supuesto; de hecho vi como a más de uno se las limpiaron minuciosamente. En uno de los controles, el perro oledor me descubrió unas galletas. Para terminar, no eran capaces de escanear mi pasaporte y apareció la policía jefa, que me ametrallo a preguntas en un interrogatorio muy detallado. "¿Conoces a alguien aquí?, ¿donde vas a dormir? ¿Tienes suficiente dinero para sobrevivir por tu cuenta? ¿Cuando empezaste a viajar?" Injustamente sólo preguntaba ella, ¿yo no puedo preguntar? Jo... Tranquila, señora, que yo soy inofensivo.

Enseguida se da uno cuenta que Autralia es, lamentablemente, una sociedad al estilo americano, bastante degradada y donde dicen "todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario", pero en la práctica aplican "te tratamos como un culpable, debes demostrar que eres inocente".

Bienvenidos a Autralia, al país de la gente blanca con calzado deportivo y todos muy guays.