3 de noviembre de 2009

New book with my 100 favourites pics. Vote for it!


My new book is ready. I've selected my 100 favourite shots from my round the world trip.

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18 de junio de 2009

My favourite photos

Click here to have a look at my favourite pics on full screen size, thanks to flickr (press F11 after that for full screen).



SPEND IN MAGAZINE


Gracias a SPEND IN y a A.L. por mover los hilos para sacar este reportaje. Número a la venta en febrero-marzo.
José A. madrileño de 30 años, ingeniero aeronáutico e ilusionista, nos trae de primera mano su última gran experiencia: la vuelta al mundo. Tras 259 días regresa con más peso en su mochila: 15.000 fotografías, 67.000 km, extraordinarias vivencias y un diario de viaje.

Nunca imaginé que pintar sin mucho criterio sobre Google Earth una futurible y soñada vuelta al mundo, el rey de todos los viajes, fuera el punto decisivo que me llevara a emprender el periplo poco tiempo después. A partir de ese momento la idea ya no estaba sólo en mi imaginación. El runrún en mi cabeza había comenzado y no encontraba razón alguna que me impidiera coger mi mochila y salir a ver mundo. Para un humano mínimamente curioso e inquieto, conocer su propio planeta y la actualidad que le ha tocado vivir es lo menos que puede hacer. Además de curiosidad tengo salud. También tengo pasaporte español, de la Unión Europea, con lo que la tramitación y obtención de visados no es problema crucial. El euro es una moneda fuerte y, hoy en día, volar grandes distancias es posible y nunca fue tan económico ni accesible para ninguna de las generaciones anteriores. ¿Alguien da más? “Para eso habrá que ser millonario” escucho una y otra vez. Es paradójico, porque el coste de viajar durante un año, incluyendo todos los gastos y evitando países del mal llamado primer mundo, es inferior al coste de permanecer ese mismo tiempo de brazos cruzados en un país como España. Con todo esto y siendo sabidor de que ahí fuera esperan mil aventuras y maravillas, no me costó mucho esfuerzo abandonar la rutina del día de la marmota y, tras dieciséis pinchazos en concepto de vacunas, tomé rumbo hacia las cuatro partes del mundo.

Mis viajes anteriores siempre habían sido cortos y en compañía; en esta ocasión no sería así. Debía ser largo en el tiempo, es necesario. Sólo cuando ha transcurrido un tiempo suficiente aparece la fase más provechosa, donde asoma la consciencia de un nuevo estado con tintes nómadas y el viaje comienza a ser también interior. Las preocupaciones de buscar alojamiento, comida y transporte constantemente son relevantes al comienzo. Tras algunos días pasa a ser un hábito y después de algunos meses se convierte en una tarea totalmente secundaria. Exactamente ocurre lo mismo a la hora de regatear hasta en el menú o al pagar una habitación.

Existen muchos modos de viajar y cada persona termina por encontrar el suyo propio; sólo hay que ensayar y elegir. Intenté huir de lugares turísticos con ventanillas de tickets, largas colas y autobuses en la puerta en favor de hacer vida allá donde me encontrara. Elegir una buena ubicación para un desayuno con relente teniendo como escaparate una calle transitada es el lugar ideal para practicar la actividad humana más elevada: la contemplación. Observar los gestos, pequeños detalles y maneras de actuar o trabajar de la gente local es el pasatiempo más enriquecedor. También es el entorno perfecto para desarrollar dos de mis pasiones: la fotografía y la elaboración de cuadernos visuales.

No di un solo paso sin cámara a mano. La necesidad de poseer instantes en forma de fotografías, mi tesoro más preciado, estuvo presente en todo momento, rozando la obsesión y llegando a dirigir gran parte de mis hábitos.

Uno de mis múltiples objetivos fue la producción de un cuaderno de viaje manuscrito. Las libretas Moleskine, con su clásico y potente estilo, son el soporte ideal para documentar experiencias. Ideas, sensaciones, dibujos, reflexiones y recortes alimentan las entreveradas páginas donde el aspecto estético global es prioritario. La realización de crónicas de viaje es fundamental no sólo como material para el recuerdo, sino porque ayuda a digerir las experiencias pasadas y potencia enormemente la observación en las venideras. Advierto que la tarea, si es meticulosa, es un sumidero de tiempo.

Comencé en Moscú, a bordo del mítico tren Transiberiano. Concretamente recorrí la ruta del tren Transmongoliano, que atraviesa, además de no pocos husos horarios, gran parte de Siberia, Mongolia y el desierto del Gobi, finalizando en Beijing. La huella de los fuertes cambios del siglo XX está muy presente, tanto en la burocrática Rusia como en la efervescente China. Con el tren como mi medio de transporte preferido recorrí China durante casi dos meses, asombrado por el enorme potencial de este gigante formado por mil trescientos millones de infatigables hormigas, todas de la clase trabajadora, que andan de un lado para otro siempre atareados con el fin de hacer más y más yuanes.

Desde la primavera de 2007 existe una nueva y recomendable línea de tren hasta Lhasa (Tíbet) donde, durante los dos días de trayecto, tuve la oportunidad de charlar con un sincero y humilde budista tibetano sobre temas variados como su visión de la vida o los lamas más experimentados que son capaces de volar. Sus palabras siempre venían adornadas con extraordinarias fábulas. Tíbet es un lugar que deja helado a cualquiera por su crudeza, gentes que parecen traídas de otra época y sus insuperables paisajes. Las vistas del Himalaya desde un puerto a 5.500 m de altitud o el propio Everest desde su campo base ponen los pelos de punta. Qué grande, Everest. Bravísimo.

Tras unas semanas en Nepal, me asomé a India. No importa cuánto hayas viajado o vivido, India siempre produce un impacto brutal. Actualmente no se puede realizar una excursión interplanetaria, pero visitar este país es lo más parecido. Un lugar fascinante al que volveré porque India merece un gran viaje.

Dejando atrás Tailandia, país del que me enamoré, Malasia, Singapur e Indonesia, puse pie en Australia. En un santiamén pasé del respeto, humanidad, costumbres y sonrisas de Asia a la sociedad del plástico, de las tarjetas de crédito y del pague-por-todo. Física y anímicamente Australia fue el punto más bajo del viaje. Al menos Nueva Zelanda es agradable para los ojos.

Es altamente recomendable cruzar el Pacífico dando saltos de isla en isla sin salirse un ápice de las líneas tropicales. Cada una de las islas, que son infinitas, es única y volar en esta zona del planeta resulta especialmente tranquilo aunque caro. Debo señalar aquí, con ilusión, el lugar más idílico que he visto jamás: Aitutaki, en Islas Cook, una isla paradisíaca rodeada por un arrecife de coral, tan perfecta que no parece real. Tahití y la exclusiva Bora Bora fueron las últimas perlas en medio del vasto océano antes de aterrizar con tino sobre la remota Isla de Pascua.

Volver a hablar castellano en América del Sur fue una extraña sensación. Comencé en Chile lindo y continué después por Argentina, la tierra de los mejores bifes. Emulando a Juan Sebastián Elcano y a otros grandes viajeros, no podía eludir el paso por el Estrecho de Magallanes. Acabé en Ushuaia (Isla del Fuego), la ciudad más austral de la tierra, allá tan lejos donde realmente acaba el mundo y así tal cual lo refleja un letrero: “Fin del mundo”. Mis últimos días de viaje transcurrieron en Río de Janeiro donde, paseando por la playa de Copacabana, me preguntaba si realmente éste era el final de mi viaje. ¿Las vueltas al mundo tienen un último día? Nadie me avisó de ello.

Fui tan libre y feliz que podía hasta volar. Me quedo con las doce páginas que ocupan los contactos de nuevas personas conocidas, con el continuo y valioso aprendizaje, con las charlas mantenidas con otros viajeros en el camino, con las auténticas maravillas que deben ser observadas, con las experiencias de todo tipo, ya presentes para el resto de mi existencia, con las penetrantes miradas de las diferentes culturas y con la sensación de entender un poco más este mundo real, que tanto dista del que estamos acostumbrados en nuestra vieja y anestesiada Europa.

Anímense. Seguramente viajar es la mejor inversión posible y con tan buenas propiedades como el mismísimo bálsamo de Fierabrás.