23 de marzo de 2008

Ushuaia, al sur del sur.


Siempre se puede arañar un poco más en todo, en este caso, bajar más al sur aún a bordo del barco Barracuda, el más antiguo del puerto y mucho menos masificado que el resto.


El objetivo es adentrarse un poco más en estas remotas aguas y ver alguna que otra isla en la que por lo visto habitan exóticos animales.

La verdad que impresiona el lugar, más aún cuando el barco realmente casi roza los pedruscos y se detiene un buen rato para poder contemplar a gusto.


En la primera de ellas conviven lobos (de un pelo) y cormoranes. En otra más lejana sólo hay lobos (de dos pelos).


Y para rematar la faena, el faro siniestro. ¿Qué hay ya más lejos? Nadie lo sabe. Quizás gigantes pulpos, pomposas sirenas, rusos, entes malignos poseídos por algún encantamiento y otros seres imaginarios a la espera de incautos que en los remotos mares se adentren.

De lo que no hay duda es que AQUÍ se acaba ya el mundo.

Ushuaia, el fin del mundo.

Ahora sí que sí; más al sur ya no puedo estar. Ushuaia es la ciudad más austral del mundo, en el sur de Tierra del Fuego, donde el viento da la vuelta y sopla con una fuerza desproporcionada.


Tuve suerte de disfrutar de unos días magníficos, aunque también sufrí ese viento que te impide caminar en línea recta el último de los días.

Esta pequeña ciudad es linda, nada que envidiar a los más bellos pueblos de Suiza.


La sensación de estar en el fin del mundo es constante. ¡Y en verano no se pone el sol, señora! Me quedaron ganas de acercarme a la Antártida, que está a dos pasos de aquí, pero para otra vez tendrá que ser.

Se come bien, como en toda Argentina, no falta de nada, ni siquiera falta casino. Es un buen lugar para pasar unos días, si uno anda sobrado de tiempo.

Me encantó pisarte, Ushuaia.