21 de abril de 2008

Últimos días en Río de Janeiro

Un brasileño que conocí el Santiago me dio la dirección de Reny, todo un personaje que alquila apartamentos en Río y al que no le falta labia y vida a sus espaldas. Tampoco le falta mujer valiente y con un optimismo que desborda. Aun estando enferma y anciana tiene la frescura y vitalidad para querer continuar viajando, manejar internet, etc, etc. Olé por ella.

La nevera del apartamento es toda una obra de arte en sí misma. Tan vacía como el propio apartamento al principio.

A pesar de la difusión para atraer gente que incluso aquí escribí, sólo unos pocos me visitaron finalmente. La primera fue Sophie, de Francia, que no había visto desde Bora Bora y que continúa su valiente tour du monde. Se reunirá con su hermano dentro de poco.
Por supuesto tuvo un mensaje de Bienvenue, faltaría menos.
Por cierto, Sophie, ¿sobreviviste las últimas dos noches en el nuevo alojamiento? Reny nos informó después que la zona era muy peligrosa porque estaba al lado de una favela, de esas de donde salen sonidos de disparos de vez en cuando. Bueno, tú eres todoterreno.

Esta receta para el desayuno que experimentamos no me acabó de convencer nunca.
Después llegó Ángel, con el que me encuentro por cuarta vez en el viaje. Visitó Samoa y Tonga después de salir ofuscado de Nueva Zelanda, su país negro, que acabó odiando tanto como yo Australia. Esperamos ver esas auténticas fotos ¿eh?
Y para el último día la familia fue creciendo. Llegó Olga, la novia de Ángel, desde la fría Rusia (allí ahora están a -10 grados. Ha oído bien, señora, ¡menos diez!) y tras 48 horas de viaje cruzando medio mundo. Muy maja y simpática es, me alegro de haberte conocido al fin, aunque sea al final de mi viaje. Una de las más seguidoras de mi blog, que me dijo al verme "ah, pero si eres real y no virtual!". Tampoco faltó el reencuentro con Kleber y su pareja, con el que viajamos en parte de China, allá hace mil años, a comienzos de viaje que ahora parece hubiera pasado toda una eternidad. Qué extraña sensación el tiempo de los viajes.

Pues nada, esto fue la última noche, tras cenar en un restaurante de "al peso" (pesan el plato con la comida y cobran en proporción) y tomar unas caipirinhas, las últimas, en el paseo de la playa de Copacabana.